miércoles, 7 de enero de 2015

LA INEQUIDAD CONDENABLE.


Aunque se pueda pensar que no, no todas las desigualdades económicas son injustas, ya que algunos trabajan  más o son más capaces que otros. Pero dado que gran parte de las distancias entre ricos y pobres en el mundo actual se debe sobre todo al país en que dichas personas nacen, parece bastante obvio que la lucha contra dicha desigualdades justa y necesaria.
Es cierto, que en los últimos doscientos años la humanidad ha logrado un enorme aumento de la producción de bienes y servicios per cápita, la distribución de esos bienes es hoy mucho menos equitativa que hace doscientos años. Para algunos ese aumento de la inequidad global habría comenzado a revertirse en los últimos 20 o 30 años, mientras que para otros, a lo sumo, se habría desacelerado o estancado.
Podríamos preguntarnos, ¿Es siempre mala la inequidad? ¿Es deseable que todos los seres humanos tengamos el mismo acceso a bienes y servicios?

Garantizar la equidad absoluta en cualquier escenario pondría en cuestión un valor importante que es el de la responsabilidad.  La convicción de que las personas adultas son responsables de sus acciones y las consecuencias de las mismas nos lleva a rechazar la propuesta de que todos ganemos lo mismo independientemente del esfuerzo y de la capacidad.

Hoy tenemos dos posturas sobre la evolución de la inequidad en los últimos años. Sin embargo, ambas visiones coinciden en que en las últimas décadas una gran parte de la inequidad global, esa que tiene que ver con las distancias entre los ingresos de todos los habitantes del mundo está relacionada con lo que se llama la inequidad “entre” países. Esto quiere decir que las distancias de ingresos de los seres humanos depende mucho más del hecho de que algunos países son muy ricos en promedio y otros muy pobres que del hecho de que dentro de cada país existen habitantes ricos y habitantes pobres.

Esta gran importancia relativa de la inequidad entre países sugeriría que para un individuo nacido en un  hogar  pobre de dentro de un país pobre, la migración parecería un camino más sencillo o eficiente que la búsqueda del ascenso social y económico dentro de su propio país.

Si una gran parte de la posición social de un individuo la determina el país en el que nace, la posición social no depende de los esfuerzos ni las capacidades de cada individuo. Por lo tanto son injustas las diferencias de ingresos entre dos trabajadores imaginarios, uno nacido en España y el otro nacido en Mali, ambos con la misma capacidad y los mismos esfuerzos realizados a lo largo de su vida. Por tanto, afirmamos que esa inequidad es mala y por lo tanto gran parte de nuestra inequidad actual es condenable.


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